Nuestra Señora de la Preciosa Sangre

La devoción a María siempre ha jugado un rol importante en la espiritualidad de la Preciosa Sangre, desde el tiempo de San Gaspar y de Santa María de Mattias en adelante.


Nuestra Señora de la Preciosa Sangre



La imagen de Nuestra Señora de la Preciosa Sangre se remonta, en nuestra tradición, a San Gaspar del Búfalo. Él tomó una pintura de un artista anónimo de María cargando al Niño Jesús en su brazo derecho, con su mano izquierda extendía una invitación, la cual era ampliamente conocida en la Italia central de esa época. Sobre esta pintura, él ordenó al pintor Pozzi que agregara un cáliz en la mano del Niño Jesús. (Por esta razón, esta pintura es conocida en algunas regiones, tales como Italia y Alemania, como ‘la Virgen del Cáliz’). Esta pintura llegó a estar estrechamente relacionada con las misiones populares que predicaban San Gaspar y su grupo de misioneros.

San Gaspar estaba habituado a decir que era la Virgen la que predicaba las misiones. Por un tiempo, esta imagen de la Virgen, mostrada en cada misión emprendida por los misioneros, era el símbolo que identificaba más a la joven congregación misionera que la cruz misionera misma.

¿Cómo habló esta imagen de Nuestra Señora de la Preciosa Sangre al pueblo de la primera mitad del s. XIX? Se tiene que comprender en el contexto de cómo la devoción de la Preciosa Sangre era entendida en esa época. La clave a esa devoción era ver la sangre de Cristo derramada en la cruz como signo del irresistible amor de Cristo por nosotros, aun cuando seamos pecadores. La visión de la sangre (y por extensión, del cáliz) había de provocar la contrición por el pecado, y de aumentar el celo por participar en la obra salvadora de Cristo llevando una vida renovada y recta. Que el niño Jesús porte la copa subraya la inocencia del sufrimiento de Cristo y su gran autodonación a nosotros. La participación de María en esta invitación a contemplar el cáliz sólo refuerza esta comprensión de autodonación y nuestra respuesta a ello. La contraposición de la inocencia y el sufrimiento, y de una madre que, en su amor, nos invita a entrar en el sufrimiento de su hijo inocente, conlleva a una imagen poderosa y conmovedora. Su efecto sobre aquellos en las misiones populares, incluyendo la Santa María, muestra cómo ayudó a aumentar la devoción y dedicación entre los cristianos de esa época.

La devoción a la Preciosa Sangre a lo largo del s. XIX y durante gran parte del s. XX planteó a la sangre de Cristo como signo del amor de Cristo. La contemplación de los derramamientos de sangre de Jesús tuvo la intención de remover las emociones de contrición, celo por las cosas de Dios, y el compromiso a una vida cristiana más profunda. Éstos son valores fundamentales para la vida cristiana. Si la devoción disminuyó por un tiempo después del Concilio Vaticano II, fue porque el enfoque en la relación del alma del individuo con los sufrimientos de Jesús no consideró de manera suficiente los amplios recursos bíblicos y litúrgicos para comprender el símbolo de la sangre de Cristo. Ni el carácter individual de la devoción tocó directamente el potencial social y eclesiológico del símbolo. La espiritualidad de la sangre de Cristo que se ha desarrollado desde los años 1980’s ha sido un esfuerzo para reparar este desequilibrio.

¿Adónde deja esto la imagen de Nuestra Señora de la Preciosa Sangre hoy en día? Tal como fue dicho, los elementos de la devoción del siglo XIX continúan siendo importantes, y todavía son centrales para las vidas espirituales de los cristianos en algunas partes del mundo. La espiritualidad siempre debe hablar a un contexto. Si no habla tan fuertemente a algunos grupos el día de hoy es debido a un cambio en los contextos, así como los cambios en la conciencia provocados por las reformas del Concilio Vaticano II.

Incluso con eso, Nuestra Señora de la Preciosa Sangre o la Virgen del Cáliz puede ser investida con significados que pueden ajustarse mejor a algunos contextos de hoy. El ofrecimiento del cáliz puede despertar la memoria con las palabras de Jesús “¿Pueden beber la copa que yo beberé?” (Mc 10,38). La copa en su sentido bíblico fue vista como la suerte de uno, la medida de su destino. La suerte, el destino de Jesús era asumir graves sufrimientos por los pecados del mundo, aunque él mismo no tenía pecado. Al asumir ese sufrimiento, él no sólo nos liberó del control del pecado. Él también se identificó con todos aquellos que sufren en el mundo. Su propio sufrimiento llegó a ser una forma o modelo en la que podemos colocar nuestros propios sufrimientos (cf. Fil 3,10). Es importante recordar que el sufrimiento en sí mismo no eleva o ennoblece. El sufrimiento es destructivo, como vemos muy frecuentemente en nuestros ministerios. Sólo cuando somos capaces de asociar nuestro sufrimiento con algo más grande o grandioso que nosotros mismos, hay una oportunidad de que el sufrimiento se haga redentor. Para los cristianos, algo más grande o más grandioso es el sufrimiento de Cristo, a través del cual todo el mundo está redimido y reconciliado con Dios.

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