Homilia de Monseñor Erwin Kräutler C.PP.S. Obispo de Xingu, en la Solemnidad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.


Homilía pronunciada en ocasión del Jubileo de los 200 años de la fundación de la Congregación de los Misioneros de la Sangre de Cristo.
Basílica de San Juan de Letrán, 1° de julio de 2015



Queridos hermanos y hermanas, 
religiosos y religiosas de nuestra Congregación.

En los diversos encuentros en los que he tenido la oportunidad de celebrar la eucaristía o dar conferencias, y me presento como Misionero de la Sangre de Cristo, o los participantes descubren a qué congregación pertenezco, nunca falta quién me pregunte sobre el significado y la razón de ser de este nombre de nuestra comunidad. En el mundo en que vivimos la palabra sangre suscita asociaciones desagradables. La Sangre evoca escenarios de violencia y horror, guerras y conflictos, desastres y catástrofes. 

En los accidentes de tráfico con víctimas fatales, una de las primeras preocupaciones es la de no dejar rastros de sangre sobre el pavimento. Las manchas de sangre causan repugnancia. La sangre asusta. Con estas premisas, ¿cómo explicar al mundo de hoy el mensaje y el significado de la Sangre de Cristo? ¿Cómo entender una mística que se alimenta de la contemplación de la sangre derramada por el Señor? ¿Cómo interpretar las palabras de la Primera Carta de Pedro: “Sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo (1P 1, 18-19)? ¿Cuál es el verdadero motivo por el cual San Gaspar, el apóstol de la Preciosísima Sangre, no se cansaba de exclamar: "Quisiera tener mil lenguas para enternecer todos los corazones ante la Sangre Preciosísima de Jesús "?

El motivo que ha llevado a San Gaspar a hacer de su vida una predicación continua sobre la Sangre de Cristo, lo explica él mismo en una carta al Papa León XIII: "El culto a la Preciosísima Sangre pertenece a la esencia de la fe cristiana (...). La Sangre Divina purifica nuestros corazones, nos embriaga con el amor de Jesús, que nos ha amado y nos ha lavado con su sangre” (Ap 1,5)1. "La intuición de San Gaspar es que la Sangre de Cristo es signo y realidad de la alianza que Dios en su amor misericordioso ha hecho con nosotros. Al mismo tiempo, la Sangre de Cristo es el testimonio más convincente de la radicalidad de su amor, llevado hasta sus últimas consecuencias: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1), hasta lo último (Jn 19,30)2

Cuando San Gaspar, el apóstol de la Preciosísima Sangre, exclama: "Quisiera tener mil lenguas para enternecer todos los corazones ante la Sangre Preciosísima de Jesús", pone precisamente en esto la diferencia: aquí, la sangre no suscita repugnancia ni temor, sino que más bien nos hace inclinar profundamente ante el amor entregado radicalmente, que la sangre representa y es realmente.

Es en la Abadía de San Félix en Giano (Umbría) donde el 15 de agosto de 1815 nace, con el apoyo del Papa Pío VII, la Congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (Congregatio Missionariorum Pretiosissimi Sanguinis Domini Nostri Jesus Christi C.PP.S.). Ha sido la pasión por la Sangre de Cristo la que ha convencido a San Gaspar a invitar a otros sacerdotes a vivir como comunidad apostólica y a anunciar en todo el mundo el "evangelio de Dios" (Mc 1,14; Rm 1,1), a partir de la mística de la Sangre de Cristo. Y la Divina Providencia ha querido que esta obra maravillosa comenzara en Umbría, cuna de santas y santos que han hecho historia y cuyo mensaje ha superado el tiempo y el espacio de aquella región siempre primaveral, y sigue siendo actual todavía hoy3.

¿Y cuál es el mensaje de la Sangre de Cristo para hoy? Hemos hablado cada vez con mayor énfasis y admiración de la sangre derramada por nuestros mártires, asociándola a la muerte de Jesús en la cruz. Hermanas y hermanos nuestros han sido asesinados por ser cristianos, han sido masacrados a causa de su fe en Jesucristo. O asesinados porque defienden la dignidad de sus semejantes, porque luchan por los derechos humanos contra las agresiones de un sistema malvado y opresor. Tienen el coraje de denunciar vigorosamente, y proféticamente, a las personas u organizaciones que cometen injusticias contra los pobres y las minorías étnicas, y a causa de sus denuncias son asesinados. Asumen la misión de defender a los que la sociedad excluye y considera "superfluos" o "descartables", en un sistema en el que solo tiene valor el que produce o consume (cfr DAp 65).

Los medios de comunicación social nos dicen casi todos los días que en muchos países hay una persecución cada vez más cruenta contra los que profesan la fe cristiana. Mujeres y hombres, jóvenes y niños son odiados, sacados de sus casas y tierras, torturados, masacrados a causa de su fe cristiana. Esta sangre derramada por los mártires de hoy no puede dejarnos insensibles. Al final del vía crucis celebrado este año en el Coliseo4 el Papa Francisco ha denunciado el "silencio cómplice" de los que miran con indiferencia la masacre de los cristianos que por su fe son "perseguidos, decapitados y crucificados". "Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del cordero"(Ap 7,14).

Sobre todo en América Latina la sangre derramada evoca todavía otros contextos. Hay una forma de martirio que algunos sectores de nuestra iglesia no quieren aceptar porque piensan que estos hermanos y hermanas han sido asesinados a causa de su compromiso "político". En América Latina comprendemos la política exactamente como la comprendía el inolvidable Papa Beato Pablo VI: "La política ofrece un camino serio y difícil, aunque no el único, para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás" (OA 46). En los decenios pasados, y aun hoy, hay hermanas y hermanos nuestros que mueren porque han vivido o viven este compromiso cristiano de servir a los demás, porque se han detenido en el camino de Jerusalén a Jericó y se han hecho prójimos del que había caído en manos de salteadores (cfr Lc 10, 25-37). En la beatificación del Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, celebrada hace algunas semanas5, el papa Francisco lo reconoce como mártir de su misión profética de denunciar la maldad de una tiranía que asesina a la gente y quiere permanecer en el poder a toda costa. No huyó ante las amenazas. Maldecido por el poder tiránico, ha continuado bendiciendo y confirmando a sus hermanos y hermanas en la fe. Perseguido día y noche, soportó la agonía de su calvario, calumniado por sus enemigos, no ha dejado de confortar a su pueblo (cfr 1 Co 4,12-13) dándole "razón de la esperanza" (1P 3,15).
Ahora podríamos recordar las grandes gestas realizadas por nuestro San Gaspar en su tiempo y por nuestros Misioneros en el curso de dos siglos; podríamos meditar las cartas y las homilías del Santo, o detenernos en la biografía de este hombre que ha trabajado por el Reino de Dios más allá de sus fuerzas físicas, hasta el punto de morir prematuramente cuando apenas tenía 51 años de edad. Pero estoy convencido de que cada uno de nosotros puede profundizar personalmente el conocimiento de la emocionante biografía de San Gaspar y leer y meditar la espléndida herencia que ha dejado en sus cartas y otros escritos.

En esta homilía de la celebración del segundo centenario de la fundación de nuestra congregación creo que es mejor pensar en lo que San Gaspar nos diría hoy si viviera en nuestros días. ¿Cuál sería su mensaje a nosotros que vivimos 200 años después de la fundación de la congregación?

Primero: San Gaspar repetiría indudablemente a su congregación la intuición del Papa de la Preciosísima Sangre, San Juan XXIII, traducida en la palabra clave "aggiornamento/actualización". Recomendaría la aceptación sin reticencias ni subterfugios el espíritu y los documentos del Concilio Vaticano II. San Gaspar repetiría hoy a su congregación las palabras de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy "Gaudium et Spes": "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano encuentre eco en su corazón”.

Segundo: San Gaspar diría que el espíritu misionero de nuestra Congregación presupone una kénosis análoga a la de Jesús, presentada a nosotros en el himno de la Carta a los Filipenses: «Se despojó de sí mismo y tomó la condición de siervo" (Flp 2,7). Nosotros somos al mismo tiempo siervos de Cristo Jesús y siervos de nuestros hermanos y hermanas, más allá de todas las fronteras y confines, dado que profesamos que "compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación " (Ap 5, 9). San Gaspar exigiría hoy de sus Misioneros este descenso a la realidad humana sin reservas ni temores.

Tercero: San Gaspar repetiría a sus Misioneros que, a partir de la contemplación de Jesucristo y de la adoración de su Preciosísima Sangre, salieran de sí mismos y fueran hacia las periferias existenciales, anticipando las palabras que el Papa Francisco ha pronunciado en las reuniones previas al cónclave, siendo todavía cardenal Bergoglio. Seguramente fueron esas palabras proféticas las que han convencido a los cardenales a elegir al cardenal de Buenos Aires como futuro papa: "
Evangelizar supone celo apostólico.

Evangelizar supone en la Iglesia la parecía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria".

Mientras celebramos hoy en la venerable Basílica Patriarcal de San Juan de Letrán el memorial de la pasión, muerte y resurrección, el cuerpo ofrecido, la sangre derramada del Señor, pidamos la intercesión de nuestro gran Santo, el apóstol de la Preciosísima Sangre, que cada uno de sus hijos renueve su disponibilidad a seguir su ejemplo, como cantamos en el prefacio de la misa de su fiesta, llegando a ser como él un "solícito predicador del evangelio y asiduo ministro de la sangre del Señor; (que) a imitación de Cristo, acogió el grito de los pobres y oprimidos haciéndose su hermano, amigo y defensor”.

¡San Gaspar, ruega por nosotros! Amén.
Erwin Kräutler C.PP.S. Obispo de Xingu 

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