PADRE GERALDO DREILING, C.PP.S.

GERALDO DREILING, C.PP.S

P. Geraldo Dreiling, C.PP.S., fue miembro de nuestra Congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre de Cristo. Nació en los Estados Unidos de Norteamérica, ingresó a nuestra Congregación y, como joven sacerdote, vino a ejercer su ministerio presbiteral en Chile. Posteriormente vino a Perú, donde se desempeñó como párroco, por un periodo de 11 años, en las parroquias solidarias de la provincia de Yauli-La Oroya, en el departamento de Junín. Nos referimos a la zona minera de ese departamento, donde Geraldo se identificó con los justos reclamos de los trabajadores mineros.


Posteriormente, dejó la Oroya, y vino a Lima, y trabajó como párroco de la parroquia nuestra Señora de la Luz, en la periferia de Lima-norte (Comas). Ahí trabajó varios años, con la colaboración de las hermanas misioneras de la Inmaculada Concepción (MIC), logrando consolidar la institución parroquial y los programas pastorales. 

Después que decidiera jubilarse, P. Geraldo dejó el trabajo parroquial, y fundó -con la participación de algunos laicos- la Institución “San Jerónimo”, con el propósito de capacitar a los profesores del Estado y promover la educación popular. Se dedicó, también, a publicar la revista educativa “San Jerónimo”, con la cual contribuyó notablemente al desarrollo de la cultura, la lectura popular de la Biblia y la formación cristiana de adultos, jóvenes y niños.  Fue un incansable promotor de la lectura pastoral de la Biblia; tenía sus autores favoritos, entre ellos cabe mencionar a Carlos Mesters, José Comblin, José Bortolini, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Paulo Freyre, José Carlos Mariátegui, José María Arguedas, Juan Velasco Alvarado, etc. Por un tiempo también hablaba y promovía la formación de Comunidades Eclesiales de Base. Fue un buen conocedor y promotor de la eclesiología del Concilio Vaticano II, la cual se empezó a implementar, en América Latina, desde la Conferencia de Medellín (1968). El método Ver/Juzgar y Actuar era su método favorito que supo aplicar en la catequesis, en la acción pastoral y en sus homilías. Además, solía promoverlo y enseñarlo a los catequistas, a los niños y jóvenes, a los profesores de religión y a los agentes pastorales. 

P. Geraldo fue un sacerdote con una clara opción en favor de los más pobres y marginados. Fue consecuente con esta opción, demostrándola con su estilo de vida sencillo y austero. La defendió con convicción, fidelidad y valentía, sin avergonzarse ni transigir frente a las críticas. Gracias a su pasión por la lectura, siempre estaba preparado para responder con soltura y convicción. Vale la pena subrayar este aspecto: P. Geraldo era un apasionado por la lectura: leía, asiduamente, el periódico de cada día, revistas especializadas en educación, en política, en teología, en historia, en realidad nacional e internacional, etc. No escatimaba esfuerzos ni gastos para adquirir los textos que le permitían autoformarse y capacitarse en los temas esenciales de todo ministro del Señor.

P. Dreiling, se frustraba y se entristecía por la cuestionable manera de pensar y de actuar de muchos políticos contemporáneos, tanto de Perú como de los Estados Unidos y de otros países. Ni nuestra Iglesia católica se libraba de la crítica constructiva y convencida de un hombre creyente como era P. Geraldo. Conocía amplia y profundamente la realidad eclesial latinoamericana. Esto le daba autoridad para criticar a su Iglesia, no con el afán de destruirla, sino de aportar a la reflexión pastoral de la experiencia eclesial. Era un defensor de los de los pobres. Estaba convencido que para salir del subdesarrollo y de la pobreza, era necesario promover una educación liberadora y el sentido crítico de los pobres. Invirtió su ministerio sacerdotal en defensa de la vida y la dignidad de ellos. Dejó su país para venir a América Latina, especialmente a Perú, donde dio su vida cada día en favor del pueblo de Dios que le fue asignado. En este sentido, podemos decir que, P. Geraldo fue un buen ejemplo para los demás sacerdotes, especialmente para sus hermanos (C.PP.S.) en la Sangre de Cristo.

P. Geraldo fue un hombre amante de la cultura en general; sobre todo, se identificó con los valores y costumbres de nuestro pueblo peruano; se sentía muy a gusto con la gastronomía peruana. Le gustaba cocinar. Era un buen cocinero. Le gustaba que lo visiten. Era buen anfitrión. Siempre demostraba alegría y simpatía hacia las demás personas. Amable, generoso, jovial y conversador, pero también se amargaba y exaltaba cuando alguien se atrevía a contradecirle sus ideas y posturas políticas. Siempre gozaba de buena salud y, de este regalo, solía dar gracias a Dios. Era un hombre de oración, de fe, esperanza y solidaridad. Celebraba la misa desde la realidad del pueblo de Dios, con canciones inculturadas y con un mensaje liberador. No fue un sacerdote condicionado por las rúbricas litúrgicas y religiosas, pero tampoco fue un anárquico, sino un hombre que sabía ubicar el valor de la vida y la dignidad de las personas por encima de otros valores subalternos.

Tantas cosas más se podrían decir de la personalidad de nuestro P. Geraldo. Estamos hablando de toda una vida dedicada a la construcción del Reino de Dios. Construir el Reino de Dios era su expresión favorita, demostrando con esto, que tenía bien clara su vocación y su misión. A esto se dedicó hasta cumplir sus 93 años de vida aquí en la tierra, como ser humano, como ministro del Señor y Misionero de la Preciosa Sangre de Cristo. 

Después de una complicada enfermedad y una serie de dolencias, siendo aproximadamente las 13:30 horas del jueves 04 de junio, día en que celebramos la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, fecha en que P. Geraldo cumplía 62 años de vida presbiteral, dio por terminada su peregrinación terrena, pasando de esta vida a la vida definitiva junto al Dios de la Vida. Podemos afirmar que, P. Geraldo supo profesar su fe en la otra vida, en la vida resucitada, y al mismo tiempo supo profesar los valores de la vida, la verdad, la justicia y la libertad en esta vida humana. Por eso creemos y tenemos la certeza que el Señor le concederá el don gratuito de la resurrección.

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